martes, 16 de abril de 2013

Ocurrencia 20: Sobre el debate



Hace algunos años inicié un ciclo de reflexiones, al que llamé Ocurrencias, que se fundamentaban en una frase, más o menos conocida, propia o de otro autor, que servía de base para esa reflexión. Hoy lo retomo, en su edición 19, para reflexionar sobre esta frase mía sobre el debate.

“Cuando las emociones entran en el debate surge el conflicto, cuando son las razones llega el acercamiento”. 

Esta frase revela, o así lo entiendo yo, uno de los grandes problemas que aquejan a la sociedad. La falta o incapacidad de razonar asépticamente ante un argumento ajeno cuando no está en la línea de los nuestros. Nos sentimos agredidos si se nos quiere convencer de algo contrario a lo que pensamos, cuando se nos cuestiona lo que creemos. Interpretamos que se nos descalifica y se nos humilla si tenemos que asumir nuestro error y aceptar la argumentación ajena. Entonces aparece el aspecto emocional y perdemos la razón, la capacidad de discernir argumentalmente sobre el tema a debate. Creo que es un problema cultural, se nos ha hecho dogmáticos, en las ideologías y en los credos religiosos; se nos ha enseñado  a competir y ganar para no ser un fracasado. No se nos ha enseñado a aprender, a estar en disposición de asimilar enseñanzas, salvo que el enseñante tenga la autoridad que le otorga el conocimiento superior. Claudicar ante la argumentación de Einstein no es lo mismo que ante Perico de los Palotes, aunque Einstein diga una nimiedad y Perico una verdad como la copa de un pino. Tenemos asumida la diferencia entre el conocimiento de una autoridad en la materia y el de un igual a nosotros. Históricamente hemos aceptado que el médico sabe de medicina y nosotros a callar. El abogado de leyes y nosotros a callar. El matemático de matemáticas y nosotros a callar…

Aceptada esta asimetría en el conocimiento no cabe debate, pero cuando creemos tener la misma capacidad y competencia en una materia de discusión que pueda tener el otro, o los otros, entramos en ese debate, lo cual no es nada malo. Lo malo es la forma en que pueda desarrollarse. Si el debate se convierte en un proceso de acercamiento basado en la razón, estaremos ganando todos, pues incrementaremos nuestro saber. Ello requiere una posición de mente abierta para aceptar lo de verdad y positivo que aporte el otro. Pero si lo entendemos como un combate donde mi argumento ha de prevalecer, y se trata de mostrar ante los demás, incluyendo los espectadores, que tengo razón para convencerles, la cosa cambia. Entonces siento emociones y las transmito en ese momento. Son las emociones del combate, de la confrontación. Estamos en un ring y los espectadores toman partido pues de antemano están definidas las posiciones, sean políticas, religiosas, sociales o económicas… En todo caso andamos definiendo y defendiendo los valores del grupo con el que nos identificamos, del equipo de fútbol al que pertenecemos, de nuestra ideología, de nuestra religión, y esperamos ganar, salir airosos para satisfacer nuestro ego y el reconocimiento del grupo. He aquí ese aspecto emocional del debate. Los grupos se consolidan en base a credos, valores e ideas que los definen. Hacer tambalear esos nexos es un riesgo de desintegración equivalente a la muerte o desaparición del mismo, lo que hace que en esa lucha se vuelque las emociones y aparezcan estrategias en el inconsciente que nos llevan al enquistamiento ideológico, al dogma y los principios inalterables, al pensamiento encapsulado resistente a la argumentación lógica. No podemos permitirnos que nuestro grupo, nuestro partido político sea descalificado, ridiculizado y ninguneado ante su incompetencia o insolidez argumental.

¿Qué es lo que hay detrás de todo ello? Pues un claro predominio de los intereses del grupo al que representamos, en contraposición a la búsqueda de la verdad que exportaríamos al conjunto de la ciudadanía y que nos haría creces a nosotros y madurar como seres humanos, tal vez por eso se de esa virulencia, por la inmadurez de los tertulianos aunque tengan sesenta años. En todo caso, no nos interesa la mejora social, la búsqueda de la razón y la certeza sobre al tema del debate. Nuestro objetivo, aunque sea subconsciente, está en los intereses del grupo y su consolidación, y no en los del conjunto de la sociedad. Si fuera de la otra manera, estaríamos abiertos a la razón y los argumentos del otro, a aceptar que nos podemos equivocar y que estamos en disposición de asimilar la verdad y la evidencia venga de donde venga. Aquí es donde echo de menos al intelectual librepensador, que haberlos haylos, pero que, al no montar un espectáculo atractivo para los televidentes, no trae contratos de publicidad. 

Es patético ver a los tertulianos (“tontulianos” les suelo decir yo) ensalzados en una discusión que sistemáticamente descalifica al otro, intentando aseverar sus más insólitas barbaridades. Estos son los debates infructuosos, no solo por su contenido y forma, sino por su enseñanza. Transmiten a la ciudadanía una forma, un estilo de debatir que está condenado al fracaso, a la divergencia y el desencuentro. No fijan caminos de acercamiento para desmontar y paliar la violencia de la confrontación, sino que establecen una pugna, a la que estamos acostumbrados en nuestra vida cotidiana a través del fútbol, del deporte y cualquier acto competitivo… hay que ganar!!! Lo importante no es participar, sino ganar. De esta forma nos encontramos a nuestros modelos de tertulia, a nuestros maestros, ejerciendo una conducta de confrontación e intransigencia que nos aleja del encuentro con los demás. Nos encerramos en nuestras ideas y descalificamos al contrario por sistema, incluso los insultamos con apelativos despectivos, y acabamos considerándolos nuestros enemigos en lugar de nuestros amigos de debate que nos pueden llevar a una mejor comprensión del mundo de las ideas y del tema que se trata.

Cuando uno pierde su capacidad e independencia de discernir libremente sin injerencias de otro u otros, acaba en la alienación. Deja de ser uno mismo para convertirse en los otros, en portavoz del grupo y sus consignas. Renuncia a la capacidad, que todo ser humano debería defender contra viento y marea, de ser libre lo más posible y de aportar su creatividad personal a la sociedad. Renuncia a su esencia, a su singularidad… Renuncia a sí mismo.

Es el razonamiento lo que ha llevado al desarrollo de la ciencia, a la evolución del ser humano. Son las emociones y los dogmas  los que han llevado a la confrontación y a la guerra, aunque también lo hayan hecho después a la paz y al amor, pasando de un extremo al otro, en la oscilación compensatoria, que lleva al sujeto a su inseguridad, al conflicto interno, a la percepción de la culpa, a compensar lo malo con lo bueno y a destruir lo bueno con lo malo que genera el egoísmo personal o de grupo, al desequilibrio y trastorno que forma parte de la vida irracional. 

Hay quien dice que las emociones dan la vida, que las oscilaciones anímicas permiten sensaciones de pena y alegría, de felicidad y malestar, que le dan sentido a esa vida. ¿Qué sería de la alegría si no existiera la pena para compararlas? Somos ciclotímicos por naturaleza, en mayor o menor grado (ver mi entrada de 2009). No podemos vivir sin emociones, pero podemos vivir con realismo y madurez, gestionando lo emocional en su justo término.  Abriendo nuestra mente a  la razón, asumiendo que somos seres pensantes, capaces de evolucionar desde esa condición hacia la búsqueda de una verdad superior, de discernir entre las cosas para hallar el sentido de la vida en común y su esencia desde la asimilación de la totalidad del entorno, de todos y cada uno de los elementos que integran el cosmos. Cuando debatamos con la intención de asimilar las buenas ideas y argumentos de los demás, sus razones, habremos ganado la vida y la evolución de los seres humanos en paz… Entonces seremos seres humanos maduros y constructivos, estableciendo sinergias desde la libertad y el compromiso social, para confluir en un mejor desarrollo de nuestra sociedad. Pero eso no creo yo que les interese a los grupos de poder...




3 comentarios:

fus dijo...

Cuando debatimos, cada uno lleva sus ideas al centro de la conversación, pero no interiorizamos el buen criterio de nuestro opositor, solo deseamos la imposición de nuestras ideas como si con ellas presentáramos la verdad como elemento ineludible de nuestras convicciones. Como tu bien dices, el día que asimilemos las buenas razones de los demás conseguiremos evolucionar hacia el entendimiento universal.

un abrazo

fus

Antonio dijo...

Totalmente de acuerdo, fus...

Un abrazo

Anónimo dijo...

Es una reflexion que se ajusta a la realidad de las ideologias mal entendidas,y digo mal entendiads por que la cabesoneria de no dar lugar a un dialogo razonable previo a un tema politicco que lo que hace es crear la discusion estupida y cabezona.Esto me recuerda a las luces que utilizan los coches,todas son utiles pero ? que linea de luz tiene su utilidadd y en que momento ¿en fin,que la cabra tira al monte y el monte esta llenl de cabras con ideologia fascista ,esi de sencillo. Un saludo sr Antonio.

Me embarga el estupor ante los hechos

  Opinión | TRIBUNA Antonio Porras Cabrera Profesor jubilado de la UMA Publicado en La Opinión de Málaga el 10 FEB 2024 7:00  ======...