sábado, 15 de febrero de 2014

La soledad


Hace algún tiempo que quiero hablar de la soledad, de esos distintos tipos de soledad que nos ocupan, o nos pueden ocupar, a lo largo de nuestra vida. Hay momentos, muchos momentos, en que suelo buscar la soledad. Me gusta caminar solo, pensando, reflexionando sobre diversos temas; sobre todo aquellos que, de forma espontánea, me vienen a la cabeza mientras camino. Hoy, por ejemplo, tenía que ir a Carlos Haya por un asunto de mi medicación. He ido y vuelto caminando… un largo paseo para mí. Durante el mismo le di vueltas al tema de la soledad.

Creo que podemos hablar de tres tipos de soledad bien definidos, a pesar de los múltiples matices que se puedan objetar. Yo los defino como: la soledad buscada, la soledad impuesta y la soledad en compañía.


La soledad buscada.

Es la soledad que nos da la oportunidad de buscar en nuestro interior, de hacer esa especie de inmersión en nuestra más profunda intimidad, en nuestro yo oculto, para procurar conocernos mejor y desarrollar nuestra calidad humana o, al menos, intentarlo, si ese es nuestro objetivo, como debería serlo. Buscamos la paz interior, el aislamiento de las interferencias de la sociedad, de ese entorno estresante que la vida nos impone. Es una especie de huída, de búsqueda de la esencia del ser humano en un contexto no contaminado por el ajetreo social. Podríamos decir que es la circunstancia ideal para la meditación. Se suele buscar en el mundo religioso y espiritual. Es el retiro que, últimamente, tiene cada día más adeptos. Sí, retirarse del mundanal ruido a meditar como una forma de buscar la perfección y el conocimiento interior. Cualquier persona que quiera saber más de sí mismo debería buscar esa soledad reparadora, sin estorbos ni condicionantes, para poder entender mejor el mundo que nos rodea y lo que nosotros pintamos en él.

Pero esta soledad también se busca para disfrutar de algo que requiere toda nuestra atención. Me gusta sentarme cómodamente para escuchar música, sobre todo clásica, cerrar los ojos y dejarme llevar por el ritmo y balanceo de las notas. Vuela mi imaginación a caballo de la brisa, que se mueve en la cadencia de la sinfonía. Verdes prados, montañas y valles recreo en mi mente al son de la música… relajación, paz interior, sosiego y quietud… silencio, fusión entre el ritmo de vida que fluye del cuerpo y el compás que siembra la música en el corazón. Por otro lado, hay otras actividades que se dan mejor en la soledad, como puede ser leer o ejecutar trabajos manuales creativos, pintar, escribir, dibujar, etc. Necesitamos esa soledad para poder sacar de nuestro interior todo lo que hay, para volcarnos, sin interferencias, en la actividad que nos ocupa y poder dar rienda suelta a esa creatividad. Pero también para reencontrarnos con la naturaleza mediante un éxtasis contemplativo, para comprender la belleza de la creación y evolución del universo que nos envuelve; para tomar conciencia de quienes somos dentro de ese cosmos inmenso, que nos relega a la nimiedad, a la vez que a la inmensidad del ser humano como cúmulo esencial de la propia naturaleza universal, como ente simbiótico con un sistema global del que forma parte.

Es decir, y concluyendo, la soledad buscada es reparadora, balsámica y liberadora. Es el camino más corto para comprender nuestra unicidad, nuestra singularidad y personalidad. Es el contexto ideal para “introyectar” el mundo  que nos rodea, para aprehender su esencia y comprenderlo, a la par que tomas conciencia de uno mismo. Es un buen ejercicio dedicar algún tiempo a la meditación en soledad.



La soledad impuesta.

Esta soledad es cruel. Es la no buscada, a la que se nos obliga por medio de quien tiene el poder de aislarnos, o por aquellos avatares de la vida que nos colocaron fuera de juego, que nos sometieron a la marginación. También puede ser la soledad del diferente, del que se sale de la norma, del discordante, del segregado y rechazado; del sujeto incapaz de despertar interés en los demás por la amistad, el no deseado, cuando no relegado. Mientras que la primera se busca, esta se pretende evitar, pues se impone en contra de la voluntad del sujeto. Es el rechazo del grupo y conlleva la falta de reconocimiento social en su sentido más amplio.

Luego vendrán los matices. Hay soledades impuestas por la vida, por la muerte del ser querido que es irreemplazable, por la separación de la pareja, por la marcha del hijo y el nido vacío. Son soledades que se viven por la incompetencia o incapacidad de la persona para hacer frente a esas circunstancias traumáticas. La complejidad psicológica del sujeto y la cultura social, los hábitos y costumbres, puede llevarle a un estado anímico determinado para elaborar la pérdida, como es el caso del duelo y las conductas que se han de manifestar en esa etapa, según la normativa social, que pueden llevar a la persona afectada al aislamiento “voluntario-impuesto”. Voluntario porque lo hace de motu propio, e impuesto porque la sociedad lo exige (por el qué dirán).

Existe, también, la soledad por autoaislamiento. Es una soledad buscada, pero por miedos, desconfianzas de los demás, suspicacias o paranoias. La causa de ese autoaislamiento, el individuo, la centra en los demás, en cómo se portan con él, en lo malas personas que pueden ser y en la desconfianza que generan, cuando no en el miedo a ser maltratados física o mentalmente por los otros. En estos casos subyace una patología mental en mayor o menor grado, pues son sujetos reticentes, reservados, recelosos o suspicaces, cuando no desengañados y escarmentados, hasta llegar, en caso extremo, al paranoico.



La soledad en compañía:

Terrible soledad del que convive con alguien que le ignora, que se siente solo aún estando acompañado físicamente. Esta soledad se suele dar, en algunos casos, con el tiempo. Es producto del deterioro de las relaciones de pareja, principalmente. Cuando el amor se va muriendo, se apaga y diluye, afloran conductas de desapego, desamor y distancia, que llevan a la apatía y la frialdad. Ese desafecto cargado de aspereza e indolencia, que suele ir acompañado de conflictos e incomprensiones, acaba arrojando al sujeto a la terrible morada de la soledad. Tienes alguien al lado pero estás solo, no encuentras comprensión ni apoyo, y el compañero/a indiferente ante tu sentir muestra su frialdad y apatía frente a tu propio sentimiento. Es una rémora de lo que fue en su día, que se mantiene por inercia en base a hábitos y costumbres, pero con la puerta cerrada de su corazón.

Conozco casos que se sienten solas, o solos, pero con el agravante de tener que ejercer unas funciones definidas socialmente por el rol que le asigna esa relación. Esposa o esposo ante la sociedad, estorbo en la casa, cuando no enemigo resignado a soportar estoicamente los lances de la convivencia. Soledad en compañía, donde dos están pero no están, donde ves a tu lado un ser humano indiferente.

La vida tiene su sentido en el propio desarrollo personal. La convivencia es un elemento más que debe facilitar esa evolución. Tres posturas caben de tu pareja, que te apoye, ayude y aliente en ese propósito, que se mantenga indiferente pero respetando tu desarrollo o que te bloquee sistemáticamente ese progreso intentando reconducirte a su antojo. Lo ideal, para no sentirse solo, es que te secunde, a la par que tú le respaldes a él o ella.  Es soportable la indiferencia y la soledad, pero lo que no es admisible es el bloqueo y la manipulación, la obstrucción y dominio impositivo de uno sobre otro. En este último caso solo cabe la separación, pues el divorcio de intenciones ya está servido. Amarga soledad en compañía, que tú no la gestionas, sino que te viene condicionada por otro ser que no te apoya.


La soledad en la pareja duele de forma especial. Por un lado está el fracaso del proyecto ilusionante que un día se fraguó. Por otro el sentimiento del error cometido, la mala elección y la pérdida de una mejor oportunidad que se pudo haber tenido y se escapó. ¿Qué hubiera sido de mí, si me hubiera casado con aquella otra persona?

6 comentarios:

MA dijo...

Buen post... Me gustan las Cosas de Antonio.
Soledad a veces amiga y otras enemiga.

Abrazos fraternos de MA.
El blog de MA.

carmen jiménez dijo...

Esperaba esta reflexión anunciada. Yo creo que todas duelen, no sé si por igual, que nada hay tan propio y tan intransferible como el dolor, pero me atrevería a hablar también de una especie de soledad genética que tal vez pueda encajar en el segundo modelo, esa soledad que nace contigo como el color de los ojos y que lejos de diluirse se hace más fuerte con cada embestida de la vida. Con suerte a veces puedes liberarte, como cuando un niño tiene la suerte de contar con una buena educación y sabe aprovecharla. Otras, la vida no te da tregua y aunque está ya muy manido que el poder está dentro de ti, no siempre ese poder se puede imponer a la voluntad de arrancarte la soledad con tus propias manos y se requiere de ayuda (las hay de muchos tipos)Pero cuando la soledad se instala y deshace sus maletas y te cuelga la ropa en tu armario, es muy posible que te acompañe allá a donde vayas. Lo mismo le da que te rodees de amigos por buenos que sean, o proyectos, o cualquier otro clavo al que quieras agarrarte, que ella no te suelta. A veces no queda más remedio que aprender a vivir con ella, como se convive con un dolor crónico, que a veces te da una tregua y se te olvida que duele. Me salío de tirón esta primera parte. Tu planteamiento en cada uno de los modelos, diría que es muy acertado y lúcido, pero la soledad no tiene color y se por algo se caracteriza es por su obcecación. ¡Podría ser tan fácil como darle un portazo y dejarla fuera, cambiar de casa, o de amigos, o de amante...! Pero no es tan fácil. A veces dan ganas de hacele las maletas en un descuido y ponerla de patitas en la calle, pero se surte del miedo a que se lleve tu pasado y tu futuro sin darte cuenta que ya te lo ha robado. Tal vez la solución pueda encontrarse en esos momentos donde te sientas frente a frente con ella (leáse primer modelo) y reflexionar y pactar con ella.
Como siempre un placer poder debatir en tu blog más allá de lo que parece tan obvio.
Un abrazo Antonio.

emejota dijo...

En breves palabras: Mas vale sol@ que mal acompañado. La buena compañía siempre lo óptimo. En cuanto a la influencia de unas personas en otras, pues..... depende, solemos elegir personas semejantes en el fondo, aunque externamente parezcan diferentes, nuestro enfoque a la cuestión será el mismo aunque se alteren las circunstancias. Todo dependerá del nivel en que uno haya colocado su atención vital. Ej.: Si en el superficial, se conformará con lo externo y todo será diferente. Si en la sima de las emociones: sota, caballo y rey. Lo normal: Estadios intermedios. Lo mejor es saber donde se encuentra cada quien. Besos familiares.

Prudencio dijo...

Encuentro muy bien definidas las soledades. La soledad no querida es como una enfermedad. Va deteriodando al ser humano lenta pero implacable. Un abrazo, Antonio.

luna llena dijo...

Soledad, es una palabra preciosa.
Lo que significa puede ser deseado o hasta odiado, personalmente solo conozco la buscada y sin dudarlo afirmo que es muy necesaria, para la salud mental. Quien no encuentra fuerzas renovadas después de meditar,pasear, mirar el mar, o realizar cualquier actividad, artística o artesanal.
Conozco viudas que no soportan la impuesta y siento una profunda pena por los indigentes, solitarios crónicos.
Necesitamos sentirnos queridos y soledad impuesta es desamor.
Nuestros creadores dijeron: "No es bueno que el hombre este solo"
Hoy en día, sobre todo en las grandes ciudades la gente esta muy sola.
Gracias por tocar un tema tan interesante. un abrazo.

Migli2007 dijo...

Las soledades duele, sin embargo de la soledad buscada, emerge el conocimiento más profundo de nosotros mismos.
Felicitaciones por tu excelente reflexión.
Maffi

Me embarga el estupor ante los hechos

  Opinión | TRIBUNA Antonio Porras Cabrera Profesor jubilado de la UMA Publicado en La Opinión de Málaga el 10 FEB 2024 7:00  ======...